sábado, 7 de mayo de 2016
Juarenses vs. parques
A veces creo que estamos peleados con los parques. De no ser así, ¿cómo se explica que insistamos con tanto empeño en destruir cuanto espacio de vegetación se encuentra en la ciudad?
Mientras, según recientes reportes periodísticos, somos la sexta región del país con mayor número de muertes –767, para ser exactos– asociadas con la mala calidad del aire y hasta el director municipal de Ecología reconoce la insuficiencia de las áreas verdes, al Chamizal se le quitan varias hectáreas más de árboles para construir canchas de usos múltiples.
Algún funcionario ha descrito la no reposición de álamos dañados como “una pérdida menor”. Otra más en la larga lista, podríamos añadir. Porque desde que en 1967 se reincorporaron con bombo y platillo a la ciudad los terrenos del Chamizal, aquellas 333 hectáreas originales de naturaleza brava se han visto mermadas poco a poco por la mancha urbana, decisiones con visión a corto plazo y, supongo, falta de presupuesto. Todo ello enmarcado por la ignorancia –quiero pensar no es complacencia– de autoridades y ciudadanos juarenses.
Para empezar en la principal zona que conforma el único caso de recuperación de territorio mexicano devuelto por Estados Unidos ya había algunas instalaciones aprovechadas al cambiar de propiedad el área: la anterior Recaudación de Rentas, la Preparatoria del Chamizal, el primer edificio de ICSA… Poco a poco fueron haciéndose más construcciones o destinándose superficies diversas a usos distintos a las zonas verdes.
La extensión del Instituto de Ciencias Sociales y Administración de la UACJ fue creciendo, desde luego. En Ciudad Juárez hacía falta un museo. Estarían bien unas canchas. ¿Qué ubicación más accesible podía encontrarse para que propios y extraños acudieran a la feria? Se necesitaba un estadio. La Universidad merecía una alberca, y los niños un chapoteadero. Mientras tanto, ha aumentado el número de dependencias de todo nivel en busca de terrenos para estrenar edificios o ampliar su estacionamiento que ponen la mira en el Chamizal. El Municipio, por su parte, ha conseguido fondos y alejado cualquier idea sobre algún “pulmón de la ciudad” manteniendo su atención fija en la larga lista de asuntos urgentes con partidas presupuestales insuficientes.
Sólo hay un problema. El Chamizal no es un lote baldío. Es un parque.
Es nuestro parque más emblemático.
Pero su mantenimiento constituye una lucha cuesta arriba, argumentarán funcionarios. Las plagas, las sequías, la corriente venida a menos del río Bravo así como los costos de reforestación y de reponer equipo entrado en años o francamente desmantelado representan un desafío constante.
Imagino que ciertos deportistas preferirán las canchas –las cuales, por cierto, ¡no se riegan! – a los espacios de tranquilas especies vegetales testigos de generaciones de días de campo. En cuanto a la atención requerida, sólo basta voltear a ver el deteriorado Parque Extremo para darse cuenta de que también se necesita continuidad en las obras construidas. Francamente, a la entrada del Chamizal a mí me gusta más ver plantas.
No entiendo cuál es la idea de hacer campañas destinadas a plantar árboles por toda la ciudad mientras al mismo tiempo se van eliminando a paso lento pero seguro las zonas verdes actuales. Si tanta falta nos hacen los árboles, ¿no sería más sencillo empezar por preservar los que ya existen en áreas con sistema organizado en vez de apostar a compensar las pérdidas esparciendo miniespacios con control incierto?
Yo no estoy en contra de que se hagan centros deportivos, museos infantiles o funcionales estaciones de bomberos. Me duele, eso sí, encontrarme con un Chamizal o un Parque Central con menos superficie verde y más construcciones cada cierto tiempo que los visito.
Lamento conocer niños que no recordarán el aroma de zacate, niños a quienes estamos quitando la oportunidad de sentir el aire puro alejados del ruido del tráfico.
Parecemos peleados con la naturaleza. O con la vida, que es lo mismo.
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